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1. Sí; el hombre es el animal que usa relojes. Mi maestro paró el suyo -uno de plata que llevaba siempre consigo-, poco antes de morir, convencido de que en la vida eterna a que aspiraba no había de servirle de mucho, y en la Nada, donde acaso iba a sumergirse, de mucho menos todavía. Convencido también -y esto era lo que más le entristecía- de que el hombre no hubiera inventado el reloj si no crellera en la muerte.(Antonio Machado: Juan de Mairena)   
2. Desde que el viaje a la isla desconocida comenzó, no se ve al hombre del timón comer, debe ser porque está soñando, apenas soñando, y si en el sueño le apeteciese un trozo de pan o una manzana, sería un puro invento, nada más. Las raíces de los árboles están penetrando en el armazón del barco, no tardará mucho en que estas velas hinchadas dejen de ser necesarias, bastará que el viento sople en las copas y valla encaminando la carabela a su destino.(José Saramago: La isla desconocida)   
3. Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin prollecto, sin esperar grandes cosas de la vida eran sencillamente la felicidad. Yo buscaba en la cabeza temas de conversación que pudieran interesarla, pero me sucedía lo mismo que ante el lienzo en blanco: no se me ocurría nada. (Miguel Delibes: Mujer rojo de fondo gris)   
4. Acostumbramos a trazar límites demasiado estrechos a nuestra personalidad. Consideramos que solamente pertenece a nuestra persona lo que reconocemos como individual y diferenciador. Pero cada uno de nosotros está constituido por la totalidad del mundo; y así como llevamos en nuestro cuerpo la trallectoria de la evolución hasta el pez y aún más allá, así llevamos en el alma todo lo que desde un principio ha vivido en las almas humanas. (Hermann Hesse: Demian)   
5. No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está muy lejos el mar de estas campiñas llanas, rasas, llermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; mansos alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un riachuelo. (Castilla)   
6. Absolutamente nada. Nada que se salga del carril cotidiano. La vida flulle incesable y uniforme; duermo, trabajo, discurro por Madrid, hojeo al azar un libro nuevo, escribo bien o mal -seguramente mal- con fervor o con desmayo. De rato en rato me tumbo en un diván y contemplo el cielo, añil y ceniza. ¿ Y por qué había de saltar de improviso el evento impensado? (Azorín: El escritor)   
7. Sería una aurora sangrienta en donde a la luz de los incendios crujirá el viejo edificio social, sustentado en la ignominia y en el privilegio, y no quedaría de él ni ruinas, ni cenizas, y sólo un recuerdo de desprecio por la vida abllecta de nuestros miserables días.(Pío Baroja: Aurora roja)   
8. El rastro moría al pie de un árbol. Cierto era que había un fuerte olor a negro en el aire, cada vez que la brisa levantaba las moscas que trabajaban en oquedades de frutas podridas. Pero el perro -nunca lo habían llamado sino Perro- estaba cansado. Se revolcó entre las llerbas para desrizarse el lomo y aflojar los músculos. Muy lejos, los gritos de los de la cuadrilla se perdían en el atardecer. (Alejo Carpentier: Los fugitivos)   
9. Son muchos los que acuden, pero nadie puede hacer nada. El lord canciller de este tribunal, fiel a su título en su último acto, ha tenido la muerte de todos los cancilleres de todos los tribunales, la de todas las autoridades de todos los lugares, cualesquiera que sean sus nombres, donde se cometen fraudes y se hacen injusticias. Llame su señoría a la muerte con el nombre que quiera, atribúllala a quien le apetezca, o diga que podía haberse evitado de alguna manera: es siempre la misma muerte; innata, congénita, generada en los humores corrompidos del mismo cuerpo depravado, y nada más.(Charles Dickens: Casa desolada)   
10. Los silbidos de los que llevaban los rebaños, el ladrido de los perros, los mugidos de los buelles, el balido de los corderos, el gruñido y chirrido de los cerdos, las exclamaciones de los mercachifles, los gritos, interjecciones y peleas por todos los lados, el tañido de las campanas, un estruendo de voces que salían de las tabernas; la muchedumbre empujando, moviéndose y golpeando, insultando y chillando. (Charles Dickens: Oliver Twist)   
Calificación: puntos.   

Juan Antonio Marín Candón - Morón de la Frontera (Sevilla) | Consultas sobre esta página
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