Cuando Paco Yunque y su madre llegaron a la puerta del colegio, los niños estaban jugando en el patio. La madre le dejó y se fue. Paco, paso a paso, fue adelantándose al centro del patio, con su libro de primero, su cuaderno y su lápiz. Paco estaba con miedo, porque era la primera vez que venía a un colegio y porque nunca había visto a tantos niños juntos.
Varios alumnos, pequeños como él, se le acercaron y Paco, cada vez más tímido, se pegó a la pared y se puso colorado. ¡Qué listos eran todos esos chicos! ¡Qué desenvueltos! Como si estuviesen en sus casas. Gritaban. Corrían. Reían hasta reventar. Saltaban. Se daban de puñetazos. Eso era un enredo.
Paco estaba también atolondrado porque en el campo nunca había escuchado tantas voces de personas a la vez. En el campo hablaba primero uno, después otro y después otro. A veces había oído hablar hasta a cuatro o cinco personas juntas. Eran su padre, su madre, don José, el cojo Anselmo y la Tomasa. Con las gallinas eran más. Y más todavía con la acequia cuando crecía... Pero no. Eso no era ya voz de personas, sino otro ruido, muy diferente. Y ahora, esto del colegio sí que era una bulla fuerte. Paco estaba aturdido.
Un niño rubio y gordo, vestido de blanco, le estaba hablando. Otro niño, más chico, medio ronco y con blusa azul, también le hablaba. De diferentes grupos se separaban los alumnos y venían a ver a Paco, haciéndole muchas preguntas. Pero Paco no podía oír nada por el griterío de los demás. Un niño trigueño de cara redonda y con una chaqueta verde muy ceñida en la cintura, agarró a Paco por un brazo y quiso arrastrarlo. Paco no se dejó, se pegó más a la pared y se puso muy colorado.
En ese momento sonó la campana y todos entraron en las clases. El profesor entró. Todos los niños estaban de pie, con la mano derecha levantada saludando en silencio y muy erguidos.
Paco Yunque
Cesar Vallejo