Entramos en un vaporcito en el muelle de Sanlúcar, y comenzó la hélice del barco a girar. Íbamos ayudados por la marea; el río era ancho, de color de barro amarillento; desierto y abandonado como un río americano.
     En algunas islas bajas llenas de espadañas, levantaban el vuelo bandadas de pájaros. Y algunos martín-pescadores del pintado color se deslizaban rasando el agua plana y amarilla.
     En las riberas, grandes bueyes negros pastaban tranquilos; algunos en el suelo con las patas dobladas, esperaban la baja marea para beber en el río; otros, con la cabeza alta y rizada, adornada de grandes cuernos, miraban el lejano horizonte, graves y serenos, como olímpicos dioses.

PIO BAROJA. Primavera andaluza.